La familia Eurnekian vuelve a traer a la Argentina los vinos de su proyecto en Armenia, con toda la línea disponible, y los presenta en su nuevo restaurante: Bravado en Buenos Aires.
Por Micaela Mura.
La familia Eurnekian comenzará a importar vinos de Armenia, retomando un proyecto que ya había tenido un primer intento en 2020, en plena pandemia.
En ese momento trajeron cerca de 12.000 botellas que -según la bodega- se vendieron rápido, pero por las restricciones sanitarias y logísticas se vieron obligados a suspender la iniciativa. Ahora, vuelven con un embarque de volumen similar, y esta vez con toda la línea disponible y la intención de instalar sus vinos en las góndolas y restaurantes del país.
En Armenia, la bodega Karas produce alrededor de un millón de botellas al año y exporta la mitad de ese volumen, con Rusia y Estados Unidos entre sus principales destinos.
«Hoy estamos en unos 14 países y creciendo, año a año seguimos abriendo mercados», dice Juliana Del Águila Eurnekian, presidenta de Bodega Del Fin Del Mundo, quien ahora apuesta por establecer la marca también en la Argentina.
El desembarco en el mercado local.
La decisión de relanzar la marca en el país apunta a ofrecer un portfolio completo y aprovechar el interés de un consumidor cada vez más abierto a probar vinos de distintas regiones.
Los precios van desde los $ 35.000 hasta los $ 137.000, con etiquetas que incluyen blends de variedades armenias y uvas insignia como la arení.
«Ahora es más fácil traerlos y además sentimos que hay un público preparado para recibir propuestas diferentes. El consumidor argentino es super curioso, aunque el mercado para el vino importado sea chico», explica Del Águila Eurnekian.
Además, la familia Eurnekian acaba de inaugurar en Buenos Aires Bravado, un restaurante donde se sirven únicamente vinos de sus bodegas junto con platos de cocina argentina con guiños a la tradición familiar.
«Es nuestro primer restaurante en la Ciudad y queríamos que los vinos de la familia se puedan disfrutar junto con la comida, y sumar un plato armenio como homenaje a nuestras raíces, el manté, un tipo de raviol armenio relleno de carne y especias», menciona Juliana.
De Armenia a la Patagonia.
El éxito de Karas alentó a la familia a replicar la experiencia en la Argentina.
En 2009, Eduardo Eurnekian compró el 50 % de Bodega Del Fin del Mundo junto con la familia Viola, propietaria original del emprendimiento neuquino.
Diez años después, en 2019, Eurnekian se convirtió en el único accionista de la bodega, mientras que los Viola se quedaron con el control de Malma, otro proyecto vitivinícola de la región.
Hoy, Del Fin del Mundo cuenta con unas 800 hectáreas de viñedos propios en San Patricio del Chañar (Neuquén) y elabora cerca de 9 millones de litros de vino por año.
De esa producción, alrededor del 20 % se destina a exportaciones, y sus vinos se venden en unos 26 países.
«Nosotros empezamos al revés de lo habitual. Primero invertimos en Armenia y después vinimos a la Argentina».
«Con Fin del Mundo encontramos la posibilidad de mostrar vinos distintos dentro del país», explica Del Águila.
Cómo nació el proyecto en Armenia.
«Armenia es una de las cunas del vino, con más de seis mil años de historia vitivinícola», señala Del Águila Eurnekian.
Esta tradición aparece en distintas regiones del país, y entre ellas el Valle del Ararat, como un lugar donde el cultivo de la vid se practicó desde hace siglos, según la Fundación de la Vid y el Vino de Armenia.
La bodega se encuentra sobre suelos volcánicos y un clima extremo que permite que las vides crezcan a 1.300 metros sobre el nivel del mar.
Eduardo Eurnekian impulsó el proyecto, que toma su nombre de las antiguas ánforas de arcilla utilizadas en la viticultura armenia.
Hoy, Karas se extiende sobre 2.300 hectáreas de campo, con 400 dedicadas a viñedos.
La producción anual alcanza cerca de un millón de botellas, la mitad de las cuales se destina a la exportación, y sus vinos llegan a más de 14 países.
Caída del consumo local.
La decisión de traer nuevamente vinos armenios se produce en un contexto complicado para la vitivinicultura argentina.
Según el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), en julio de 2025 las ventas internas cayeron un 13 % interanual, mientras que el consumo per cápita apenas alcanzó 1,39 litros, un 14 % menos que el año pasado.
«Es cierto que el consumo bajó, pero lo vemos como algo cíclico. No creo que se deje de tomar vino; lo que cambia son las formas de consumo».
«Hoy, la gente busca ocasiones más especiales y vinos más frescos, con menos alcohol», señala Del Águila.
El embarque apunta a un público reducido pero curioso.
«El argentino que compra vino importado es pequeño, pero muy abierto a probar cosas nuevas».
«Creemos que hay espacio para mostrar un vino diferente, con identidad volcánica y uvas autóctonas como la arení», comenta.
La bodega también busca adaptarse a las tendencias del mercado.
«Estamos por lanzar una línea de vinos bajos en alcohol. Nos llevó varios años desarrollarla porque queríamos mantener la calidad y que resultara agradable de beber».
«Es un producto pensado para el consumidor actual«, adelanta Del Águila.
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