MAGDA TAGTACHIAN: «COMPREN LIBROS Y LEAN, EN LUGAR DE COMPRAR PASAJES A TURQUÍA…» – NUEVA REVOLUCIÓN.

Alejandra López. 

Entrevistamos a la periodista y novelista argentina de origen armenio, Magda Tagtachian, que acaba de publicar su quinta novela, ‘La promesa’, en la que recorre los territorios armenios de Artsaj y sigue las huellas del legado armenio hasta la capital palestina, Jerusalén. 

Por Angelo Nero.

Magda Tagtachian, argentina de orígenes armenios, ejerció durante décadas el periodismo, hasta que emergió la novelista que llevaba dentro, germinando con una descarnada belleza en las páginas de Nomeolvides Armenuhi. La historia de mi abuela armenia, en 2016, la desgarradora historia de la abuela de la autora, que sobrevivió al Genocidio Armenio y llegó sola a la Argentina a los 14 años. Este libro abrió su propia caja de Pandora, y desde entonces no pudo dejar de escribir, y cuatro años después afloró su Alma Armenia, en el que una periodista, tras un desengaño amoroso, viajaba a Medio Oriente, en busca de su propia historia. Amor y Memoria son los dos pilares de sus novelas.

En su tercer libro, Magda Tagtachian salía de las fronteras familiares, y viajaba al Kurdistán sirio, en Rojava, para descubrir una revolución liderada por mujeres. Y en su cuarta novela la escritora volvía a abrir una herida, que todavía no ha dejado de sangrar en la memoria reciente de la nación armenia, con Artsaj. Ahora viene de publicar su último trabajo, La promesa, novela publicada por Grupo Planeta, y sobre la cual habla para Nueva Revolución.

Han pasado casi diez años de tu primera obra, en los que te has sumergido en tu memoria familiar y en la memoria de un pueblo, el armenio, que sufrió el primer genocidio del siglo XX. También el territorio de Artsaj acaba de ser blanco de una limpieza étnica por parte de los invasores que ha movido hasta las piedras de los monasterios para que no quedara constancia de la herencia cultural armenia. ¿Por qué es tan importante para ti remover esa memoria familiar, muchas veces dolorosa, y enlazarla con la memoria colectiva de esa Armenia constantemente amenazada?

Por todas esas razones. Eliminar el rastro cultural de un pueblo, como lo son sus obras de arte milenarias -los monasterios cristianos medievales de los armenios, como sus cruces jachkar, talladas en piedra-, es pretender eliminar la memoria. Ni hablar de quemar sus casas, vejarlos y echarlos fuera de las tierras que habitaban ancestralmente. El de hoy es el mismo genocidio de 1915. Nunca cesó porque nunca cesó la amenaza contra el pueblo armenio. El silencio y la complicidad de gran parte de las organizaciones gubernamentales, el derecho internacional y el poder político y económico, el verdadero poder, siempre han funcionado como paraguas de impunidad para regímenes negacionistas.

A mis abuelos los echaron dos veces de sus casas, en Aintab, sur del imperio otomano, hoy Turquía. Se quedaron sin tierra y sin hogar. Si yo hubiera estado viviendo en Artsaj en 2022 y 2023, me hubiera sucedido lo mismo. No me estoy quejando del pasado -que por supuesto podría-, estoy gritando por el presente. Todo se agrava en estos tiempos en que la información ya no es excusa. Las noticias y hechos viajan en directo por redes sociales. Un genocidio transmitido en vivo debería avergonzar al mundo. Debería llamarnos a una profunda reflexión y revisión sobre bajo qué valores pretendemos construir un presente y futuro con dignidad, mostrando que hemos evolucionado como especie humana. No al revés. El dolor no se terminará de ir, si las mismas atrocidades siguen sucediendo cien años después como si nunca antes hubiesen existido.

En tu anterior novela ponías el foco en ese territorio armenio que es Nagorno Karabaj, o Artsaj, como prefieren llamarlo sus habitantes. En esta novela también narras el inhumano bloqueo que duró diez meses y que finalmente fue invadido por las tropas azerís. ¿Cómo viviste el bloqueo y la caída de Artsaj? ¿Por qué decidiste que tenía que ocupar un lugar importante en tu nuevo trabajo?

Lo viví con muchísima rabia y tristeza. Son sentimientos que derivan de la impotencia. Porque aun clamando, y con muchos organismos y personalidades influyentes que prestaron su voz para visibilizar, no se pudo frenar el ataque de Azerbaiyán respaldado por el régimen turco de Erdogan. La red de complicidades es profunda y está tan incorporada a la vida diaria. Muchísima gente no advierte que en Turquía y Azerbaiyán no existe la libertad de expresión. Peor aún, no advierten que esos regímenes basan sus políticas de acción en la represión del estado. Azerbaiyán pretende mostrarse ante mundo como “una joven democracia” y Turquía como una nación “exótica”, occidental en Medio Oriente, atractiva para el turismo. Hace publicidad con sus telenovelas y sponsoreando jugadores de futbol y estrellas mundiales, manchando su imagen. Igual ocurre con otros deportistas, políticos, cantantes, actores, gente que se dice llamar “periodista” o “influencer” de redes sociales. Muchos se dejan “comprar”. Otros prefieren mirar para otro lado. Otros lo ignoran. Contra todo eso luchamos los armenios. No tenemos poderío económico y mucho menos militar. Tenemos la permanencia de más de 4.500 años de antigüedad en la tierra, con una cultura que formó genes resistentes, como la cabra en el monte seco.

Entonces, la literatura se convierte en una herramienta fundamental de conocimiento. Y una vez que sabés, no podés permanecer indiferente. Los libros constituyen el vehículo por donde viaja la memoria y donde permanece indeleble. Los libros quedarán cuando nosotros ya no estemos y serán la posta para las nuevas generaciones. La misma posta que me dejaron mis abuelos cocinando, haciéndome los zapatos en el taller de la casa que habito. Ese legado que no advertí de niña pero que me marcó tanto que lo transformé en lucha. Reconozco ahí también una misión. Un compromiso y responsabilidad. El de comunicar para no repetir la historia. Si cada uno delega estas acciones en políticos u otros, jamás podremos cambiar el mundo. Todos podemos aportar desde nuestro lugar. A veces cuatro líneas con emoción dicen mucho más que una conferencia académica de horas, sin quitarle mérito. Compren libros y lean en lugar de comprar pasajes a Turquía. Estarán empoderando la lucha de un pueblo oprimido en lugar de fomentar un régimen negacionista. Regalar y regalarte un libro, que además es una novela, te puede abrir los ojos. Y escribir, ni hablar. Son actos de resistencia.

La trama de tu nueva novela está situada, en gran parte, en Jerusalén, la capital de la Palestina histórica, donde también hay una importante huella armenia. ¿El destino de los armenios se entrelaza con el de otros pueblos que han sufrido, como antes los kurdos o los asirios, y ahora los palestinos, el intento de exterminarlos?

Claro que sí. Son los pueblos silenciados y oprimidos. Cuando escribí Rojava me contactaron muchos kurdos para decirme: “Gracias y perdón”. Gracias por visibilizar su causa y “perdón” porque ellos fueron la primera línea de combate en 1915 y muchos actuaron como verdugos de los armenios. El imperio otomano los usó como mano de obra desempleada. Esto sigue sucediendo hoy con Estado Islámico. Turquía y Azerbaiyán contratan a sus mercenarios para exterminar a los armenios. Para mi novela Artsaj investigué cómo el régimen de Erdogan cura a los mercenarios heridos en el frente, los rehabilita y promete -falsamente- a sus familias que si mueren en el frente les darán la nacionalidad turca y una pensión. Los armenios poblaron Jerusalén desde la antigüedad porque todo eso también era el reino de armenia, como el imperio otomano. Muchas familias armenias que viven en Jerusalén e Israel se autodenominan “armenios palestinos”. Me llamó mucho la atención y comencé a explorar. Claro, llegaron mucho antes que se creara el estado de Israel, en 1948. Así afloró La promesa. Siempre estuve interesada por la causa palestina, quizá incluso antes de interesarme por la armenia, porque yo desconocía mi propia historia. La víctima habla cuando puede y no cuando quiere. Lo mismo ocurre con las novelas. Tienen un tiempo de maduración interna antes de que el autor pueda escribir. Hay que dejar macerar ese proceso. Reconocerlo y respetarlo, acompañarlo, es parte de la creación. Recién hoy lo tengo más consciente.

‘La promesa’ tiene su origen, como el resto de tus obras, en ese baúl de los recuerdos de tu familia que sigue regando tu fértil imaginación y ese corazón apasionado con el que escribes. ¿Cuál fue ese hilo del que arrancó la trama con la que construiste la novela?

Fueron varios. Por un lado hacía muchísimo tiempo, varios años, que quería contar la historia de los armenios que peregrinaban a Jerusalén para agradecer, por haberse salvado del genocidio,y se tatuaban la cruz armenia en el dorso de sus muñecas junto con el año. Así los dejaran entrar a las iglesias. Escuché esta historia por primera vez de boca de mi tía abuela Zarman, hermana de Armenuhi, y Jerusalén comenzó a crecer en mi cabeza. Cuando comencé a investigar, descubrí la riqueza de la herencia cultural y artística armenia en Jerusalén. Una de ellas es el taller de cerámicas Balian que desde 1922 persiste en Jerusalén. La familia Balian -mismo apellido que mi madre Beatriz Balian- era originaria de Kutahya en el imperio Otomano y eran famosos ceramistas. Los llamaron a principio de fines del siglo XIX para restaurar los azulejos que se caían de la cúpula de la Roca, en la explanada de las mezquitas, Ciudad Vieja. Llegaron a Jerusalén muchísimo antes que se creara el estado de Israel. Pero además, ya funcionaba en Jerusalén el Patriarcado Armenio con el monasterio que funcionó como orfanato en épocas del genocidio y hoy es cuna de sacerdotes y seminaristas. Toda la historia se enlazaba de forma vertiginosa y sigue vigente porque los armenios siguen peregrinando a Jerusalén a tatuarse y los mosaicos armenios visten todas las calles de la Ciudad Vieja donde los nombres de las vías están escritos en hebreo, árabe y armenio. Obviamente dentro de la Ciudad Vieja está el barrio armenio, además del musulmán, el cristiano y el judío. Los armenios han tenido presencia ininterrumpida en Jerusalén desde tiempos históricos y han custodiado todo el patrimonio Santo. En el barrio cristiano se halla el Santo Sepulcro; en el judío el muro de los Lamentos y en el armenio la Catedral de los Santos Santiagos, ¡de la época de las Cruzadas!, que no dispone de energía eléctrica. Tiene una historia o leyenda muy singular, relacionada a la cabeza de Santiago Apóstol. En la catedral de los Santos Santiagos tenemos la cabeza y, en Santiago de Compostela, España, el resto del cuerpo. Para saber cómo esas reliquias terminaron en Galicia hay que leer La Promesa. Para armar la trama, sin embargo, necesitaba “una excusa”, un hilo narrativo que situara a mis personajes a Jerusalén. Cuando ocurrió el bloqueo de Artsaj y caída de este territorio armenio, vi la forma de hilvanar la novela, a partir de este hecho dramático.

Cómo en toda tu obra, intentas buscar el equilibrio entre el romanticismo y la historia, algo que no siempre es fácil. ¿En este libro cuanto dirías que hay de Amor y cuanto de Memoria? ¿Crees que a través de la novela romántica es más fácil atraer a los lectores hacia temas históricos?

El Amor, con mayúscula, es el mejor registro de la Memoria. En mis novelas hay 100% Amor y 100% Memoria. Desde la matemática me dirán que no es posible. Pero desde mi cosmovisión sí: Amor y Memoria van juntos. Son uno y forman una pareja indestructible. Donde hay amor, hay pasión, hay deseo, hay dolor y hay superación. Hay vida. Y si hay vida, hay lucha y superación de la muerte. La muerte no existe si se impone la Memoria. Y cuando a la hora de escribir tienes una buena historia de amor, es casi imposible no seducir al lector. Busco historias donde el lector avance página a página con el corazón en la boca. Busco que transite todas las emociones posibles, como las transitamos en la vida misma. La vida es política y es un hecho social. No vivimos aislados. El conflicto, el drama social y geopolítico forma parte del día a día, como lo fue siempre en mi familia. Esta circunstancia era tan enrome y tan natural que no me di cuenta hasta hace diez años, cuando empecé a concientizar lo que viajaba por las emociones y el corazón. Y afloró la autora. Si se tejen bien los hilos no existe “distancia” o “diferencia” entre una novela de ficción y la realidad.

‘La promesa’ es un viaje por una compleja cartografía emocional, que va a la par de un viaje hacia una cartografía física, donde las fronteras, como las del corazón, también tiende a moverse. ¿Es también para ti un viaje emocional el escribir este libro y una forma de viajar que no necesita pasaportes?

Absolutamente. Generalmente escribo o sitúo a mis personajes en lugares que quisiera conocer personalmente. Muchas veces los he transitado y otras tantas no. Ahí comienza el viaje sin pasaporte. Vives un mundo mágico de entrevistas, llamados, búsqueda de información y la documentación necesaria para ambientar la novela, que es como viajar. Es más, si me dejaran mañana en Jerusalén, podría recorrerla de memoria y jamás la he pisado, aunque ya iré. En cuanto a las emociones, las vivo a la par de mis personajes. Me atraviesan tanto como a ellos. Si no fuera así, no podría narrarlos. Cuando escribo me dejo tomar el corazón, estoy abierta, dispuesta y mi teclado funciona como extensión de mi cuerpo, de mis extremidades. Se trata de una alquimia adictiva y peligrosa porque vivís en un mundo paralelo donde por momentos no sabés cuál es la ficción y cuál es la realidad. Pero siempre vale la pena.

Alejandra López.

‘Intensa, profunda, espiritual y, al mismo tiempo, terrenal, trágica, desgarradora. Magda escribió un novelón que rompe todos los códigos de la romántica y a la vez vuelve a componer magistralmente. Combina cada elemento con gran habilidad para proponer una historia épica de amor y sanación. Imperdible’. Esto decía la novelista argentina Florencia Bonelli sobre ‘La Promesa’, ¿qué significa para ti que gente como ella, con una exitosa carrera como novelista a sus espaldas, hable tan bien de tu trabajo?

Una bendición. Florencia Bonelli es una amiga muy querida, además de una autora best seller, maravillosa. La conocí cuando le hice una entrevista para revista Viva de diario Clarín en 2018. En aquel momento yo no había escrito ficción y observaba a Florencia con enorme admiración. Esa charla duró tres horas con temas que rebasaban a la nota. Seguimos siempre en contacto hasta que, con La promesa, Flor me regaló sus palabras tan hermosas. Como dice ella “es la madrina de La promesa”. Para mí es un honor y alegría enorme. Me conmueve su apoyo, humildad y generosidad. También me motiva a seguir escribiendo, como cada devolución que me hacen los lectores.

En la anterior entrevista que te hicimos decías: ‘Todas mis novelas son trincheras de letras. Mi teclado es mi fusil AK47’, ¿sigues creyendo que la literatura sigue siendo un instrumento de resistencia, un arma útil para combatir injusticias o, al menos, para denunciarlas?

Sí, hoy más que nunca. Tenemos el genocidio que ocurre en Palestina y en Gaza particularmente con escenas atroces que el mismo pueblo judío denuncia. Y sin embargo, algunos sectores ultra conservadores o mal informados, señalan de “antisemita” o “terrorista” al que alce la voz para denunciar un crimen de lesa humanidad y que atenta contra todos los derechos humanos. Algunas personas se han vuelto tan obtusas e insensibles que tiendo a pensar que es funcional a sus propios intereses y que -amparados en excusas falsas acusando a todo aquel que los cuestiona de terrorismo- justifican lo injustificable. El asesinato de niños, mujeres, abuelos, familias enteras que no tienen qué comer y que viven encerradas en un gran campo de concentración a cielo abierto que es Gaza. Si decimos “Gaza” todavía hay gente que mira para otro lado. Por supuesto que nadie avala el terrorismo en ninguna parte del mundo. Discutir eso sería embarrar la cancha para distraer el foco. Jamás seremos cómplices. Si los turcos tienen las telenovelas, series y películas donde se ignora el genocidio armenio, ¿por qué no podemos denunciar un régimen que mata y oprime civiles e inocentes? El arte, y por su puesto la literatura, son vehículos maravillosos para llamar la atención e incomodar al poder político y económico ante el negacionismo y la corrupción.

Tus novelas han alcanzado gran repercusión y éxito de ventas, y fueron publicadas en Argentina, México, Brasil y Armenia, ¿cuándo podrán leerse también en España?

¡Ojalá que pronto! En España hay muchísimos armenios, cada vez más. Muchos me escriben y me cuentan que quieren leer mis novelas en papel. También lectores que no son armenios y siempre están vinculados a la causa. Tengo una lectora española que estaba de novia con un armenio que vivía en Madrid y que volvió a la guerra de Artsaj, en 2020. Ella quedó tan desolada que un día gugleó “armenia” y se encontró con mi nombre y mis novelas. Empezó a leer y sentía que era su propia vida. Que no estaba sola en ese mundo que había conocido de la mano de su pareja armenia. Quiero llegar a todos esos lectores. Abrir más corazones, acompañarlos. Es muy difícil publicar en el exterior. Tan difícil como publicar en general. Pero en la literatura, a diferencia del periodismo, casi todo es esperar. Así que no pierdo la fe y la esperanza. Además, trabajaré para eso. Es una promesa.

Sinopsis de “La Promesa”: Alma Parsehyan lo ha perdido todo: a su hijo, a su matrimonio, a sí misma. En busca de sentido, emprende un viaje a Jerusalén, donde la memoria familiar, la espiritualidad y el arte se entrelazan con su duelo. Entre ceremonias armenias, heridas abiertas y nuevos lazos, se enfrenta al desafío de sanar y elegir. “La promesa” es una historia profunda sobre renacimientos, vínculos, pérdidas y amor. Un camino hacia la reconstrucción desde las raíces. Una novela íntima, sensible y luminosa.

FUENTE:

https://nuevarevolucion.es/magda-tagtachian-compren-libros-y-lean-en-lugar-de-comprar-pasajes-a-turquia-estaran-empoderando-la-lucha-de-un-pueblo-oprimido-en-lugar-de-fomentar-un-regimen-negacionista/


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