Desde este domingo 19 de octubre, a las 5:30 a.m. (hora argentina) la Iglesia Católica tendrá 7 nuevos santos.
Entre ellos, se realiza la Canonización del Beato Ignacio Maloyan, obispo mártir armenio del Genocidio de 1915.
Su testimonio de fe y entrega hasta el martirio ilumina el camino de todo el pueblo armenio, recordándonos que la verdad y la fidelidad al Evangelio son más fuertes que la persecución.
El Vaticano publicó los retratos oficiales de todos los beatos: José Gregorio Hernández, médico venezolano, la fundadora venezolana Madre Carmen Rendiles Martínez; el abogado italiano Bartolo Longo; la religiosa italiana Vincenza María Poloni; la misionera salesiana italiana María Troncatti; el arzobispo armenio Ignacio Choukrallah Maloyan; y el catequista laico de Papúa Nueva Guinea, Peter To Rot.
El 19 de octubre de 2025, la Iglesia católica armenia, los fieles católicos de todo el mundo y la nación armenia serán testigos de un momento de magnitud espiritual e histórica: la canonización del beato arzobispo católico armenio Ignacio Maloyan como santo de la Iglesia católica universal.
El camino hacia la santidad de Maloyan comenzó con el reconocimiento formal por parte de la Iglesia de su martirio durante el Genocidio Armenio. En junio de 1915, durante los días más oscuros del Medz Yeghern , Maloyan, entonces líder de la comunidad católica armenia en Mardin (provincia de Diyarbekir), fue arrestado, torturado y ejecutado por las autoridades otomanas tras negarse a convertirse al islam, optando en cambio por afirmar su lealtad a Cristo y a su rebaño.
El proceso de beatificación culminó el 7 de octubre de 2001, cuando el Papa Juan Pablo II, reconociendo su muerte como « in odium fidei » (por odio a la fe), lo declaró beato. Este acontecimiento colocó oficialmente a Maloyan en el camino hacia la santidad.
El proceso de canonización.
La canonización en la Iglesia Católica implica dos pasos principales: la beatificación y la canonización. La beatificación permite a los fieles venerar al beato en una región o contexto específico, mientras que la canonización autoriza la veneración universal y lo nombra santo de la Iglesia.
Para la canonización, el Vaticano exige tradicionalmente un milagro atribuido a la intercesión del beato tras la beatificación, señal de la aprobación divina de su santidad. En el caso de los mártires, el Papa puede eximir de este requisito, ya que el martirio se considera un testimonio supremo de Cristo.
En los años posteriores a su beatificación, la devoción a Maloyan continuó creciendo, especialmente entre los armenios y los católicos de Oriente Medio.
El decreto oficial fue publicado por la Santa Sede a principios de 2025, fijando la fecha de la canonización para el 19 de octubre, día que ahora quedará marcado para siempre en el calendario litúrgico.
La ceremonia de canonización se celebrará en la Basílica de San Pedro del Vaticano, presidida por el Papa León XIV. Asistirán delegaciones del Líbano, Armenia y la diáspora armenia, junto con representantes de otras iglesias católicas orientales y ortodoxas. Tras la canonización, los textos litúrgicos incluirán a San Ignacio Maloyan en el calendario católico, y la Iglesia católica armenia celebrará su festividad anualmente el 11 de junio, día de su martirio. También se celebrarán servicios especiales en Bzommar y entre las comunidades de la diáspora, desde Bourj Hammoud hasta Los Ángeles y Australia.
Humildes comienzos en una tierra sagrada
San Ignacio Maloyan nació con el nombre de Shukrallah Maloyan el 15 de abril de 1869 en la ciudad de Mardin, ubicada en la provincia de Diyarbakir, en el Imperio Otomano. Esta histórica ciudad, enclavada en las llanuras mesopotámicas, posee una rica diversidad religiosa y cultural. En aquella época, Mardin albergaba una numerosa y vibrante comunidad católica armenia, junto con otros grupos cristianos, como los católicos asirios, los caldeos y los protestantes.
La educación de Shukrallah fue profundamente espiritual. Nacido en una familia devota y piadosa, su infancia estuvo marcada por el compromiso familiar con los valores cristianos y la identidad armenia. De niño, demostró una piedad excepcional y un profundo apego a la Iglesia. Antes de ir a la escuela, solía asistir a misa, absorbiendo los rituales y el espíritu de la liturgia.
Su padre, Melkon, falleció antes de que Shukrallah ingresara al sacerdocio. Su madre, Farida (Terezia), compartiría posteriormente su martirio, muriendo poco después que su hijo. Sus hermanos sufrieron la misma suerte que muchos armenios durante el genocidio: algunos fueron martirizados, mientras que otros desaparecieron de la historia. Estas tragedias se convertirían en un elemento central del camino de fe de Maloyan y de la fuerza espiritual de su testimonio.
Formación en Bzommar.
En 1883, a los 14 años, Shukrallah fue enviado al Instituto Patriarcal Clerical de Nuestra Señora de Bzommar, un seminario católico armenio en el Líbano. Bzommar había sido durante mucho tiempo un referente de erudición teológica, formación espiritual y resiliencia cultural. Allí, el joven Shukrallah recibió una educación religiosa integral, estudiando filosofía, teología, idiomas y, lo más importante, sumergiéndose en una vida de oración, sencillez y disciplina.
Debido a una enfermedad, tuvo que regresar a Mardin en 1888, pero después de un período de convalecencia, reanudó sus estudios en Bzommar en 1891. En 1896, fue ordenado sacerdote durante la fiesta del Corpus Christi y tomó el nombre de Ignacio (Iknadios), en honor a San Ignacio de Antioquía, uno de los primeros Padres de la Iglesia y mártires, presagiando su propio destino.
Una vida de servicio.
El Padre Ignacio Maloyan se dedicó por completo al servicio de Dios y de la Iglesia Católica Armenia. Su misión sacerdotal lo llevó por todo Oriente Medio. Sirvió en Alejandría y El Cairo de 1898 a 1904, atendiendo las necesidades de la creciente diáspora armenia en Egipto. Posteriormente, trabajó en Constantinopla (actual Estambul), donde dirigió la oficina de archivos y registros de la Iglesia Católica Armenia.
En estos roles, se hizo conocido por su cuidado pastoral, humildad y amor por su rebaño, y también fue elogiado por su elocuencia en la predicación, su liderazgo espiritual y su ética de trabajo.
En 1910, fue asignado a Mardin para asistir al anciano obispo Joseph Gulian. El 22 de octubre de 1911, el padre Maloyan fue consagrado arzobispo de Mardin en Roma por el patriarca Pablo Pedro XIII Terzian. Regresó a Mardin a finales de 1912 para dirigir su comunidad en una época cada vez más peligrosa.
La prelatura católica armenia de Mardin contaba con más de 22.000 fieles. El arzobispo Maloyan comenzó de inmediato a fortalecer la vida educativa y espiritual de la diócesis. Visitó personalmente las aldeas periféricas, reforzó las escuelas parroquiales, elevó el nivel de la instrucción religiosa y promovió la celebración de la Divina Liturgia y el Santo Rosario, animando tanto al clero como a los laicos a profundizar su compromiso con la Iglesia.
Un líder en tiempos de prueba.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la situación de los armenios en el Imperio Otomano se deterioró rápidamente. Mardin, a pesar de su lealtad al Estado, se vio arrastrada al plan sistemático de eliminar a la población cristiana.
El 30 de abril de 1915, las autoridades otomanas allanaron la iglesia católica armenia y confiscaron todos los registros, cartas y archivos. El 1 de mayo, el arzobispo Maloyan reunió a su clero y pronunció un testimonio espiritual de valentía, unidad y fe.
El 3 de junio de 1915, Maloyan y más de 400 hombres armenios —sacerdotes, maestros, comerciantes y líderes comunitarios— fueron arrestados por gendarmes turcos. Fueron encarcelados bajo acusaciones de conspiración política. En realidad, su único «delito» fue ser cristianos armenios.
Dentro de la prisión, el arzobispo Maloyan fue interrogado y torturado repetidamente. Las autoridades turcas le exigieron que se convirtiera al islam. Le prometieron supervivencia, poder y protección. En cada ocasión, se negó, con calma e inequívocamente.
Testigos presenciales declararon que lo golpearon con culatas de fusil, lo insultaron, lo privaron de agua y comida y lo sometieron a humillantes juicios simulados. Sus carceleros intentaron quebrantarlo, pero él se mantuvo sereno, incluso alegre. Animaba a los demás, escuchaba confesiones y compartía la poca comida que recibía.
El último viaje: la caravana de Maloyan
El 10 de junio, se les dijo a los presos que serían trasladados a Diyarbakir para ser juzgados. En realidad, los llevaban a la ejecución.
La marcha forzada que siguió es recordada por los sobrevivientes como la «Caravana de Maloyan». En el camino, Maloyan continuó ejerciendo de pastor: consolando a los aterrorizados, distribuyendo la comunión con migajas de pan que había escondido en su túnica y dirigiendo las oraciones en voz alta.
Su conducta fue tan digna, tan luminosa, que incluso uno de los guardias exclamó: “No sólo tenemos aquí un obispo, sino un verdadero santo caminando entre nosotros”.
El 11 de junio, cerca de un barranco a las afueras de Mardin, la caravana se detuvo. Maloyan fue separado de los demás y citado ante Rashid Bey, gobernador local y autor intelectual de las masacres. Rashid Bey le ofreció una vez más la vida a cambio de su conversión. Lo tentó con cargos políticos y oro. Maloyan, debilitado por el encarcelamiento, respondió: «Ya te lo he dicho. Nunca traicionaré a Jesucristo. Estoy dispuesto a morir por Él».
Según el testimonio de los soldados y confesiones posteriores, Rashid golpeó a Maloyan en la cara, le escupió y ordenó su ejecución. Un soldado le disparó en el cuello. Al desplomarse, las últimas palabras del obispo fueron: «Señor, ten piedad de mí. ¡Recibe mi alma!».
Tenía 46 años. Su cuerpo fue arrojado a una fosa común, junto con los demás. Su madre, Farida, murió poco después, ya sea de dolor o a manos de las autoridades. La mayor parte de su familia falleció o nunca más fue vista.
Testigos y la verdad preservada.
A pesar de los intentos de los otomanos por ocultar sus crímenes, se conservaron los testimonios de testigos presenciales del martirio de Maloyan. Los clérigos que escaparon escribieron sus memorias. Los cónsules extranjeros, incluidos misioneros estadounidenses, confirmaron la oleada de masacres. Los supervivientes de la caravana de Maloyan, como el padre Ghevont Mouradian, preservaron detalles de su heroica conducta.
Un oficial turco, horrorizado por la crueldad, se convirtió más tarde al cristianismo y confesó públicamente lo que había presenciado, destacando el “rostro radiante” y la “paz sobrenatural” de Maloyan en su última hora.
Una canonización de importancia global.
Maloyan se convierte en un símbolo universal del martirio cristiano en la era moderna. Su canonización es también uno de los pocos casos en que la Iglesia Católica ha canonizado a una víctima del Genocidio Armenio, una herida histórica aún sin cicatrizar.
Para el pueblo armenio, Maloyan no representa solo a un mártir entre muchos, sino la personificación de su pasión colectiva. El genocidio fue una crucifixión nacional. Maloyan se convirtió en su obispo, su sacerdote y su víctima.
Su martirio es un recordatorio de que la nación armenia siempre ha encontrado fuerza en la fe. Su canonización declara que el sufrimiento del pueblo armenio no se olvida, no es en vano ni se sepulta en silencio.
FUENTES:
https://www.facebook.com/armenianliturgy
GUÍA ARMENIA MENC: